Durante la última semana se inauguró en Buenos Aires una muestra fotográfica promovida por el partido Valores para Mi País, con el objetivo de empujar la voluntad social y legislativa en contra de la despenalización del aborto. La muestra se exhibió primero en el Congreso, y ahora puede verse en la Avenida 9 de Julio, todo esto en coincidencia con la preparación de las audiencias públicas sobre aborto que se están realizando. Valores para Mi País es el partido del bloque unipersonal de la diputada Cynthia Hotton, la voz política de las iglesias evangélicas más reaccionarias, y quien se hiciera conocida en 2010 por militar, con dudosa preocupación humanitaria y escaso vuelo retórico, en contra del matrimonio igualitario. Hay que aclarar, sin embargo, que Hotton es hoy la cara política de la lucha contra la despenalización del aborto, lo que no la convierte en la más poderosa, ni la más influyente, lúcida o eficiente. La campaña fotográfica tiene como protagonista a la modelo Natalia Fassi, cuya actuación pública más destacada es haber sido pareja del futbolista Carlos Tévez. Las fotos buscan impresionar a través de la simulación de inyecciones, hemorragias y fetos muertos. El resultado es desconcertante por varias razones. La modelo posa con la misma expresión que usaría para publicitar lencería, el vestuario es más sensual que dramático, y no es una novedad que parte del éxito de una campaña tiene que ver con la credibilidad de las figuras que la protagonicen. Imaginemos, por ejemplo, que una agencia considerara como rostro de la gráfica de una línea de perfumes, a un artista que aparece siempre en público con aspecto sucio y descuidado. Además de lo referido, Fassi pierde todo resto de credibilidad cuando hace alarde de conservar la figura esbelta, porque con casi ocho meses de embarazo aumentó menos de cinco kilos. Un aumento tan mínimo debería despertarle la preocupación por la salud de su futura hija, o por su propio bienestar a la hora del parto. Sin embargo, aquí la vemos, censurando desde la campaña las decisiones de otras mujeres, cuando ni ella tiene claro su pensamiento respecto del aborto.
La imposibilidad de contar con el aborto legal, seguro y gratuito no hace que se aborte menos, sino que se aborte peor, es decir, en peores condiciones y con mayor riesgo para la salud y hasta la vida de las mujeres. Sostiene, además, una diferencia de clase que se observa también entre los servicios de maternidad públicos y privados. Las mujeres con posibilidades económicas que se embarazan, tienen abortos en condiciones seguras o partos y post-partos en habitaciones cómodas y privadas. Las mujeres pobres, en cambio, abortan en condiciones inseguras, en la clandestinidad, o paren en hospitales donde son hacinadas y maltratadas por haber tenido las relaciones sexuales que las llevaron al embarazo.
La violencia institucional es una de las formas de la violencia de género. La negación de derechos y el maltrato en el sistema público de salud son algunas de las formas que esta violencia adquiere, pero también lo es un armado político que se disfraza de “pro-vida” cuando en realidad es “anti-derechos” y propone una supuesta contención a la embarazada que ni siquiera se pone en práctica cuando evitan la realización de abortos no punibles. Esta contención, sea lo que fuere, supone que, en todos los casos, a cualquier edad, en cualquier situación económica, afectiva o laboral en la que nos encontremos, las mujeres queremos ser madres, y que simplemente un apoyo psicológico y económico nos disuadirá de una decisión que no queremos tomar, porque es contraria a nuestra naturaleza maternal. Desconoce, además, que hay etapas, proyectos de vida y situaciones problemáticas en las que la maternidad no representa una opción. Claro que, para comprenderlo, hace falta salir de la burbuja de poder e intereses religiosos y económicos, y entender la solidaridad de género por la que las integrantes y adherentes a la Campaña Nacional por la Despenalización del Aborto decimos que las mujeres abortamos, en primera persona del plural, independientemente de si, en particular, cada una de nosotras lo hemos hecho o no.
Es por todo esto que nos oponemos a cualquier campaña que se autodenomine “pro-vida”, dejándonos, por oposición, el mote de “pro-muerte”. Creemos en los derechos que tiene cada mujer, y nos negamos a aceptar que sigan siendo relegados o denegados.
1 comentario:
Excelente nota.-
Diego J.CH.
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